sábado, 20 de noviembre de 2010

Capítulo 1, parte 6

Kati se volvió lentamente, aterrorizada, y cuando la sombra del intruso comenzó a acercarse, reaccionó tirándole todo lo que encontró a su alcance antes de salir corriendo. La risa continuaba incesante, y casi parecía aumentar con cada objeto que la sombra esquivaba. Kati siguió alejándose del intruso hasta que éste llegó a una zona iluminada… y se encontró cara a cara con el mercenario semielfo al que había salvado la vida. La sorpresa la dejó paralizada un instante, que fue suficiente para que el mercenario se acercara, le quitara el pisapapeles que aferraba con la intención de tirarle y la rodeara la cintura bruscamente.

-Realmente interesante – dijo de nuevo con una media sonrisa en su bello rostro.

-¿Quién eres?¿Qué quieres?- logró balbucir, intentando soltarse de sus brazos de hierro.

-Bueno, evidentemente quería agradecerte que me salvaras la vida, y ha sido una suerte que decidiera hacerlo y que lograra encontrarte a tiempo, yo que te buscaba en el nivel dos, ¿cómo diablos es que estabas dos niveles por encima del tuyo? En cualquier caso, te he encontrado y ahora voy a evitar que cometas una estupidez - Kati le miró nerviosa y comenzó una negativa – No intentes negarlo, princesa, ¿o acaso vas a decir que no intentabas marcharte del recinto?

-Eso no es asunto suyo –reunió el valor para responderle.

-Oh, claro, por supuesto que lo es. No podría soportar el peso de la conciencia si a mi preciosa salvadora la mataran o encarcelaran por intentar salir del lugar con un pase falso. Siento decírtelo, princesa, pero con eso, aunque ingenioso, no pasarás por los controles de seguridad. Y aunque pasaras, ¿no crees que llamarías la atención de los guardias con esas maletas? Y aunque lograras salir ¿acaso sabes lo que te espera en el exterior?

- Tengo que intentarlo –respondió Kati, desasiéndose al fin de su abrazo aunque sabiendo que el semielfo tenía razón, pero sin encontrar otra solución. Pasara lo que pasase, quedarse y casarse con Daniel no era una opción. La resolución estaba pintada en su rostro y el mercenario amplió su sonrisa.

-Bien, entonces has tenido suerte. Mi señora, te ofrezco humildemente mis servicios para sacarte de aquí y protegerte del mundo exterior. Desde luego, tendrás más posibilidades conmigo que sola –dijo el mercenario haciéndole una reverencia y tendiéndole la mano. Kati vaciló, y dijo sin moverse.

-Aun no me has dicho quien eres.

-Bueno, creo que está claro. Soy el hombre de tu vida –respondió el semielfo seriamente, desaparecido todo tono burlón de su voz. Kati se quedó de pie, mirándole estupefacta, hasta que su carácter afloró y replicó:

-Eso lo tendré que decidir yo, ¿no crees?

La risa del semielfo volvió a inundar su pequeño apartamento, hasta que dijo con regocijo:

-Acabas de convencerme del todo. En cualquier caso, tienes razón. Mientras te das cuenta de lo inevitable, puedes llamarme Ares. Y ahora, mi querida princesa, voy a rescatarte de tu prisión corporativa.

Ares volvió a tenderle la mano a Kati que, tras un segundo más de vacilación, la cogió con firmeza, confiándole al misterioso semielfo su vida y su libertad.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Capítulo 1, parte 5

Habían pasado dos días desde su falta y aun no había recibido noticias del Consejo. El estado de Kati comenzaba a ser cada vez más paranoico y, por ello, cuando Daniel la citó en su despacho necesitó una bolsa de papel para serenarse. Era por ello, se decía más tarde, por lo que no había encontrado las palabras para decirle a su jefe que no deseaba en lo más mínimo casarse con él, como tenía pensado hacer. O puede que fuera porque no le había dado opción para decir ni una sola palabra desde que entró al despacho. O quizás simplemente no había tenido el valor de hacerlo después de que, tan caballerosamente, éste la dijera que no permitiría que el Consejo tomara una decisión negativa sobre el futuro de su prometida.

Fuera por lo que fuera, lo cierto es que Kati no pudo evitar sentirse culpable durante toda la jornada laboral, diciéndose que tal vez su jefe no era tan malo después de todo y que, desde luego, no se merecía seguir pensando que ella sería su esposa cuando no era así. Así pues, Kati esperó a acabar su trabajo y, cuando no quedaba casi nadie en la oficina, se encaminó hasta el despacho de Daniel para decirle la verdad. Estaba a punto de llamar a la puerta cuando oyó voces en el interior que decían su nombre y no pudo evitar escuchar a escondidas.

-Entonces, todo arreglado, ¿no es cierto? El Consejo sólo aceptará su permanencia en el sistema si se casa conmigo –escuchó decir la voz de Daniel. Una voz desconocida lo confirmó –Casi agradezco que todo esto haya ocurrido. No he podido evitar observar que ella es reacia a la unión, y ahora no tendrá más remedio que aceptarla. No creo que tenga muchas oportunidades de rebelarse una vez que yo tenga todos los derechos legales y morales sobre ella, pero la amenaza del Consejo me permitirá tener un mayor control sobre ella.

-No debes olvidar para qué se realiza esta unión, ni quién la ha hecho posible –dijo la otra voz, amenazadora.

-No, no lo olvidaré –respondió la de Daniel –El poder de Kati servirá a vuestros fines tanto como a los míos.

-Bien. Porque si te atreves a traicionarnos, tu poderosa esposa se quedará viuda… y se le encontrará otro marido apropiado.

Kati se quedó paralizada por la impresión, pero luego tuvo la suficiente rapidez de reacción para alejarse de la puerta antes de que Daniel o el propietario de la misteriosa voz salieran. Se volvió a sentar en su escritorio durante un buen rato, y finalmente se encaminó a su apartamento, dispuesta a coger sus cosas y marcharse. Impaciente por llegar pero temerosa de que se notara algo extraño en su comportamiento, se obligó a ir despacio hasta que llegó a su portal, donde comenzó a subir las escaleras lo más rápido posible.

Un nudo de terror se instaló en ella cuando vio la puerta de su apartamento abierta. Entró apresuradamente para encontrarse con todas sus posesiones desperdigadas por el apartamento, incluidos los libros, el bonsai y su documentación falsa.

-Muy interesante –dijo una voz profunda a sus espaldas, echándose a reír.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Capítulo 1, parte 4

Kati esperaba sentada en su apartamento mientras el Consejo deliberaba sobre su situación, esperando ser llamada en cualquier momento. Después de que los incursores saltaran por la ventana, Daniel la había agarrado bruscamente y la había arrastrado hasta allí, debido a su comportamiento. Ayudar al mercenario (aunque sin su ayuda hubiera muerto) se consideraba una ruptura del juramento de lealtad a la empresa religiosa. A lo único a lo que podía aferrarse para explicar su comportamiento y eludir el castigo era a la propia religión, que obligaba a ayudar al prójimo (y los no del todo humanos podían considerarse prójimos) y al juramento hipocrático que la habían obligado a hacer cuando la dieron su puesto de enfermera, en el que se comprometía a intentar ayudar a cuantos necesitaran su atención médica. No obstante, eso no explicaba, para el Consejo, por qué había ayudado al mercenario en vez de a la mujer que había sido abatida antes, que había muerto. Sus excusas de que para llegar a esa mujer tendría que haber atravesado el fuego cruzado mientras que el mercenario estaba al lado no parecían hacer mella en el Consejo.

En su estado de nervios, tardó en darse cuenta de que había recibido un correo institucional en el que se la informaba de que su caso iba a llevar más tiempo del previsto y que siguiera con su vida normal hasta que se tomara una decisión. Sabía que cuando el Consejo tardaba demasiado en decidir algo sólo podía significar que las cosas pintaban mal. En cierto modo no se sorprendía, ya que había recibido numerosas amonestaciones a lo largo de su vida, era poco religiosa y no ayudaba en nada su incapacidad para mantener su trabajo y amigos asignados, su falta de entusiasmo por las actividades de la empresa y su mala relación con todos los sacerdotes.

Temiendo que el Consejo decidiera eliminarla del sistema como hacía con criminales e inadaptados, desconectó su ordenador de la red de internet y puso en marcha su plan b. En previsión de que ocurriera una catástrofe como la actual, había conseguido mediante una pequeña artimaña la tarjeta de un soldado de la empresa durante una de sus visitas como vendedora de drogas legales. Cuando era pequeña, su madre la había inculcado ciertos conocimientos de informática que, esperaba, la ayudarían a modificar el chip de esa tarjeta identificativa para que la permitieran salir del complejo. Finalmente logró hacerlo, después de varias horas, y dedicó el resto de su tiempo libre a preparar las maletas discretamente, de forma que si se decidía hacer una inspección sorpresa en el apartamento nadie se diera cuenta de que estaba preparada para marcharse en cualquier momento. Nada más acabar, borró todos los rastros que pudiera haber en su ordenador y lo volvió a conectar a la red, suspirando de alivio al ver que nadie se había percatado de su larga desconexión.

Luego, comenzó a actuar normalmente, e incluso tuvo la iniciativa a la hora de quedar con sus amigas asignadas para ir a una proyección de películas analógicas de Antes de la Invasión Mágica, especialmente seleccionadas para gente de su franja de edad. Ahora, sólo le quedaba actuar como una persona normal mientras esperaba la decisión del Consejo.